viernes, 22 de abril de 2011


No dudo de tu existencia pequeño, pero se me hace raro pensar en que no te he vuelto a ver. Sé que estás ahí, te siento, te respiro, te escribo, te recuerdo, te quiero.
Tú mismo me decías que no debía perder la esperanza en algo que de verdad quería, que no fuera cabezota, y si era necesario, que diera mi brazo a torcer.
Pero todas esas palabras, esas frases de consuelo que me dedicabas, todas aquellas sonrisas que me dabas han desaparecido cual pétalo en invierno.  No mentiré, ni negaré que te eche de menos, pues te he querido y lo sigo haciendo. Y muy a tu pesar, lo haré hasta que pueda olvidar.
No soy de ideas fijas, y pude comprender que si te fuiste fue por mí, para no hacerme daño, y eso me lo has dicho muchas veces. Pero soy reacia a asumir que ya no estás conmigo.
La amargura me consume, acechando cada recuerdo que tengo de ti, de mi sentimiento, de mi rotura como persona.  Llámame exagerada, pero eras mi apoyo, mi felicidad, mi frescura, todo lo que me inspiraba, lo que necesitaba para seguir en pie, y te fuiste.
Un vacío, un negro hueco en mi pecho, una lágrima y un adiós pude dedicarte yo a ti, nada más.
Y eso es lo que encontrarás si vuelves, una lágrima guardada, un vacío ya cubierto de dolor, y una negrura difuminada por el tiempo. Pero sí, siguen ahí como en el primer día.

No lo olvides...  Tú y yo, contra el mundo.

Fumo camel

Recuerdo que tú te leías todo lo que escribía y nunca opinabas. Cerrabas mi libreta, la dejabas sobre la mesa y le dabas una calada a tu cigarro. Yo podía oírte suspirar desde el otro lado de la habitación de nuestra casa abandonada. ¿Te acuerdas? Aquella que por casualidad encontramos cuando eramos unos niños, aquella que convertimos en nuestro refugio. Cuando tu encendías tu cigarro y cogías mi libreta, yo escapaba a la habitación de al lado, esa de la pintura roída, y te oía suspirar, y sabía que cuando lo hacías era por que te había gustado. Nunca dudé de que era una buena escritora hasta que te marchaste y deje de oír tus suspiros.
Y entonces pase muchas noches en vela, escribía y esperaba a oír algun suspiro en la noche, por que ni siquiera me atrevía a encender la luz, pero tu no estabas, el humo de tu tabaco no se alzaba, y tu no supirabas. Y yo espereba y esperaba. Y nada. Fué entonces, un veite de abril, cuando te escribí. Y me parecío la idea mas maravillosa del mundo. Me sente frente a una oja en blanco con una pluma en la mano, mi sonrisa voló a las dos horas de estar allí sentada sin sentido algúno. Mi madre me dijo que los amores desaparecian, yo, reacía a creermelo, la desobedecí, no entendía como tú, mi chico de los tulipanes rojos, podías aver desaparecido, no era capaz de destruir todo lo que había creído, pensé que siempre estaríamos juntos, y ahora te imaginaba en otra vida lo más alejada posible de la mía. Imaginaba tu camino dando mil vueltas para no chocar con el mio, y, si he de ser sincera, no lo acepté.
También recuerdo como me viciastes al tabaco. Fué uno de aquellos días en los que me pedistes que posara para tí, mantengo fresca la imagen de aquél momento. Tú, detrás de una camara de aquellas que hacían fotos al instante, con un Ducados en la boca del que salía una nube blanca, tu media sonrisa y un ojo giñado, tus palabras: La mas hermosa de los tulipanes. Recuerdo como te acercaste a mí, después de aquella foto, y me tendistes un Ducados, mientrás yo tosía ante la primera calada tú escribias trás la foto tus palabras: La mas hermosa de los tulipanes. Y me la entregabas. Luego, te hice llegar hasta una de las paredes de la parte trasera de nuestra casa en ruinas, te quite la camiseta y hice como doscientas fotos de nosotros dos, posando delante de una pared a medio tirar llena de enrredaderas y de pequeñas flores rojas.


Sé que estuve fumando Ducados exactamente tres años, y sé que cuando te marchastes yo empezé con el Camel.